Con su traje color pastel
y bordado en
hilos dorados
sale a la arena
el torero;
la bestia,
a luchar contra
la bestia
que en la manga
espera.
Aparece el toro y
arremete
contra la tela colorada
y ligera
que el torero porta
en su mano
cual motor de
guerra.
El toro
embravecido
secunda el plan
del matador
quien espera la
fatiga del bovino
con la espada en dirección.
Primero clava las
banderillas
en el dorso del
torito:
dos blancas y dos
azules;
y el ensangrentado cae al piso.
Jadeante se halla
la bestia
(cada vez menos
bestia).
El torero, por
su parte,
en su posición de
caballero erguido,
luce remilgado sus
zapatillas
pero el amor de
su dios ha perdido.
El hombre se hinca
sobre la arena
y emite su
plegaria perversa:
un “Ole” se
escucha en la gradería
aunque la culpa no sea de ésta.
De una estocada,
el torero,
venció al toro
pardo:
el ingenuo de casta presunta.